Una cuestión de supervivencia
Los seres humanos somos gregarios, nacemos y vivimos agrupados en sociedad. Nos necesitamos unos a otros. Solos o aislados, estamos indefensos. Nuestra especie ha sobrevivido a lo largo de la historia gracias a conceptos como el apoyo mutuo o bienestar y a que los agrupamientos sociales en los que vivíamos otorgaban protección y cuidados a sus miembros.
Los cuidados son “una actividad característica de la especie humana e incluyen todo lo que hacemos con vistas a mantener, continuar o reparar nuestro ‘mundo’ de manera que podamos vivir en lo mejor posible”.
Podemos distinguir dos ámbitos dentro de los cuidados:
Cuidados en el ámbito privado: son las actividades básicas que se realizan dentro de las familias y que tienen dimensiones psicológicas y afectivas indispensables para el desarrollo de los seres humanos.
Cuidados en el ámbito público: tienen que ver con las políticas de asistencia y protección social.
En el Paleolítico, por ejemplo, las hordas estaban formadas por grupos de humanos que se organizaban para la búsqueda de alimentos o que se defendían juntos de posibles ataques animales. Más tarde, clanes y tribus formaron núcleos compuestos por familias que eran lideradas por jefes o jerarquías y que se protegían unos a otros procurándose alimentos y cuidados.
Con la llegada del patriarcado en el Neolítico y la aparición de la propiedad privada las relaciones sociales se transformaron profundamente bajo el yugo de la dominación masculina, la violencia y la división sexual del trabajo. Aparecieron nuevas formas de concebir a los miembros del grupo social (esclavos, guerreros, sacerdotes) basadas en la jerarquía y el poder: a más poder, más status y más privilegios. La tarea de los cuidados/protección en el ámbito privado recayó sobre las mujeres, mientras los hombres ejercían el poder en los demás ámbitos.
El patriarcado, todavía vigente hoy, ha ido evolucionando a través de los distintos periodos históricos y con él las desigualdades sociales fruto de la pobreza, la esclavitud, el machismo o el trabajo. Personas necesitadas o enfermas, gente en situaciones precarias, indigentes, ancianos o niños, mujeres repudiadas, trabajadores, siervos etc. La ayuda o protección social que recibían las personas necesitadas era en forma de caridad, ayuda vecinal o beneficencia. Aparecieron instituciones religiosas, casas de socorro, orfanatos, hospicios, hogares de impedidos, inválidos, dementes etc. Los trabajadores también encontraban protección y apoyo entre los miembros de los gremios a los que pertenecían.
Los cuidados en el ámbito público, ejercidos desde el Estado, relegando a un segundo plano a la Iglesia, comenzaron con la Edad Contemporánea, con la Revolución Francesa.
Bajo el lema de “Libertad, igualdad, fraternidad” el marginado se consideró también ciudadano con derechos y comenzaron a tomarse medidas públicas para ayudar a que las personas o grupos con necesidades. A pesar de la ayuda que el Estado proporciona a sus miembros más débiles, no se actúa sobre las causas que originan la desigualdad o la pobreza, seguimos por lo tanto bajo un modelo de beneficencia que no elimina las causas de la desigualdad.
El problema se agrava durante el desarrollo industrial europeo de la segunda mitad del siglo XIX. La inmigración masiva a las grandes ciudades, la pobreza y la miseria se extendió alrededor de los centros de trabajo. En pleno capitalismo, la burguesía liberal y los dueños de los medios de producción instauran la inviolabilidad de la propiedad privada y en contraposición surge el socialismo como movimiento que busca la igualdad y el bien común, a través de un sistema económico que sirva a la totalidad de la población y no solamente a unos pocos.
Con objeto de garantizar la paz social, apaciguar las revueltas de trabajadores y el pánico absoluto a que ideologías socialistas se implanten en Europa, aparecen los “seguros sociales” (basados en el ahorro colectivo) para hacer frente a situaciones como la enfermedad, el paro o la jubilación. Comienza a extenderse el uso de la palabra “solidaridad”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en Europa los Estados ponen en marcha mecanismos dirigidos a mejorar el bienestar social, tratando de reducir la pobreza y la desigualdad, asegurando bienestar económico y social a la población a través de servicios públicos. Se implanta así el modelo de “Estado de Bienestar” basado en tres pilares: la sanidad, la educación y el sistema de pensiones. Durante 30 años (los Treinta Gloriosos) en los países con sistemas capitalistas se experimentó un crecimiento económico sin precedentes, provocando un aumento de las clases medias mediante una mayor distribución de las rentas.
El Estado de Bienestar, fué en sí mismo un sistema de protección social necesario para que el sistema capitalista prosperara, facilitó mano de obra educada y sana, infraestructuras y seguridad, alumbrado, alcantarillado, energía accesible etc.
Fue un pacto social, que garantizaba una existencia digna a cambio de trabajo (pasado, presente o futuro).
En la actualidad y a consecuencia de la crisis del petróleo del siglo pasado, la progresiva desindustrialización del mundo occidental, cambios en los modelos laborales y emergencia climática se está poniendo en duda si el Estado debe/puede garantizar bienestar al ciudadano. El desarrollismo ha tocado techo.
Los Estados, sometidos a la Europa de los mercados, sin soberanía económica ni poder de decisión dejan en manos de lobbys y corporaciones el futuro de los países y de sus habitantes. La protección social está en peligro.
Los ciudadanos y ciudadanas sumergidos en un modelo político-social agotado, luchan por sus pensiones, por conservar la sanidad y la educación pública y por sus derechos laborales. En 50 años y gracias a políticas neoliberales, todo el sistema público de bienestar se ha ido privatizando y poniendo en manos de empresas privadas con el objetivo de extraer la plusvalía de nuestro bienestar, volviendo a dejar en manos de la beneficencia a los que no pueden permitirse pagar por ser cuidados.
Volviendo al feudalismo, a la edad media, a los tiempos oscuros y a la esclavitud. A seres humanos desatendidos y excluidos. A la limosna y a la caridad.
La historia nos da lecciones que no podemos olvidar.
Hoy los seres humanos vivimos inmersos en sociedades desnaturalizadas, individualistas, hiperconsumistas, tecnológicamente conectados pero socialmente aislados, debemos recordar que como especie humana no seremos capaces de sobrevivir sin agruparnos de nuevo, sin la solidaridad, sin la lucha común frente a los “depredadores”
Y sí, los “depredadores” de esta era son los mercados que quieren comerciar con nuestros bienes más básicos, los que por derecho nos pertenecen. La sociedad que necesitamos tiene que garantizar a todos y a todas bienestar y vida digna desde el nacimiento hasta la muerte, sin importar el sitio o el lugar en el que nazcamos.
Solos o aislados estamos indefensos.